martes, 21 de julio de 2015

No todo está perdido



Historia de vida VI

Esperé a que el ascensor bajara para llevarme al segundo piso. Era un frío mediodía de julio de 2013. Especialistas del Ministerio de Salud Pública brindaban una conferencia a la prensa, a organizaciones que trabajan en el tema y a muchos interesados o tocados por esa realidad. La del suicidio. Más allá de los datos estadísticos mi cabeza daba vueltas. Cómo encontrar un testimonio familiar, cercano; cómo contarlo, qué preguntar y cómo sin revolver tanto la herida. Si el ascensor hubiera demorado un par de segundos menos, si ella hubiera tardado diez más, la historia hubiera sido otra. O no. La nota también. Le propuse citarla como anónimo o con un nombre ficticio si prefería cuando soltó detalles. Iba al mismo piso. Tenía la historia frente a mí. Una enternecedora historia. No hay por qué hacerlo, respondió. Se la ve fuerte, de gran espíritu. Y con una entereza inimaginable al escucharla.

Para Nora la vida no tenía sentido después de aquella llamada que cambió su vida.
La memoria la sorprende, dos por tres, con recuerdos felices de su familia como nos pasa a todos. Pero hubiera querido otra niñez. Una menos “traumática” por tantas epilepsias y esquizofrenias que, al principio, no entendía. Así fue su madre. La conoció  en el piso con un corte en la cabeza, me contó con los ojos llenos de tristeza.  Su padre jamás quiso dejarla al cuidado de nadie a pesar de las recomendaciones médicas. Era un hombre vital, luchador. Y compañero. De esos que siempre están dispuestos a “hacerte un asadito”.

815.000 personas morían a causa de suicidio en el mundo entero en el 2000, confirmaron los especialistas en la ponencia. En nuestro país, en 2014, según registros, se suicidaron 601 personas, siendo “la principal causa de muerte violenta”**.
Cuando ya la madre no tuvo otra opción que una casa de salud “lo veíamos cansado”. “Muy cansado”, repitió Nora moviendo la cabeza y sumergida entre el humo del café, como recordando aquel rostro. El de su padre. Ése al que muchas veces le restó importancia cuando ella, también, sufrió lo suyo (un trasplante de hígado). Su “viejo” había perdido peso. Fue ahí cuando la idea de una posible enfermedad giró en el entorno familiar. Pero qué cápsula puede con la tristeza y el dolor de ver a un ser querido con esa vida, tan trastornada.  La atención a su padre “no fue suficiente”. Y eso es lo que a Nora le taladró la cabeza. Semanas, meses, años.

El secreto es descifrar lo que el ser humano expresa en determinados momentos, el mensaje y el contenido de cada comportamiento. La persona que se suicida nunca lo hace de un día para el otro, es un proceso, me había dicho aquella vez, Silvia Peláez, referente de la ONG Último Recurso que trabaja en la prevención del suicidio. Tampoco hay una receta, cada situación es singular, única. Pero “nadie quiere lo que no conoce”, aseguró refiriéndose a la muerte.

Fue una mañana de enero. De 2006. Del otro lado del teléfono su hermano le dio la triste e inesperada noticia. Su padre se había quitado la vida. Tantas señales, maldijo Nora. Ni siquiera tomó pastillas para llamar la atención, simplemente tomó la decisión. Ahí le cayó la ficha. Y no paró de mortificarse por el inmenso sentimiento de culpa que le recuerda, una y otra vez, lo que pudo haber hecho para evitarlo. “Por qué  a mí” se preguntó ciento de veces antes de las ganas malditas de, también, quitarse la vida. Es que es inevitable, me confesó. Pero lo peor ya pasó, se convenció cuando la taza de café ya estaba vacía. Porque Último Recurso la rescató de esa mochila que durante años le peso kilos, miles de kilos. “Hay que hacerse tiempo para verse las caras, dejar los celulares y escucharse”, siguió con voz pausada y mirándome fijamente como una madre que aconseja a su hijo.

El viernes se celebró otro Día Nacional de Prevención contra el Suicidio. La escuché fuerte, resistente. Me llamó. Y la llamé con el pensamiento. Pensaba  reencontrarme en la actividad que se hacía ése día. Me era imposible estar ahí. Ella sabía de mi blog, no sé cómo, tampoco importa. Entonces me pidió dar a conocer su historia nuevamente. Es que Nora se empecina en trasmitirle a la sociedad que “hay que escuchar al otro porque si no la humanidad se va a la miércoles”. Me lo había dicho aquella tarde de 2013 con el índice en alto. Nora lo sabe. Lo sabe bien. Sabe que la vida tiene, también, momentos lindos. Esos que disfruta cuando baila tango, cuando escucha a Troilo y a D’ Arienzo o cuando al abrirse las puertas de su hogar, sus nietos corren hacia ella de brazos abiertos y le gritan: “‘¡Abuela, abuela!’”.


**la diaria. 17 de julio de 2015. Página 5.


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