Él
era Jonhy. En aquellos años en que ellas
eran Yessica, Yanina y Yolanda. En que salían las tres a bolichear casi que en
pijama porque de la nada y de repente, acostadas sin poder dormir y muertas de
risa, les venían las ganas de una birra, en tiempos en que Yesica y Yolanda estudiaban
juntas y pedaleaban hasta la periferia y por arriba del Viaducto porque las muy
del interior no se habían percatado que por debajo corría Agraciada cuando iban
a las, antes, malditas prácticas de Trabajo Social que tenían su recompensa. Jonhy
las esperaba con guisos polentosos o Yanina, otras veces, con la estufa, la
torta dulce y el mate si volvían de tardecita. Hasta que llegó el niño y todo fue
distinto. La familia se agrandó y Johny y Yolanda vivieron para Mateo y por Mateo. Y Yessica
hizo su historia, ahora también, enamorada de su Geromito y Yanina la suya aunque sin hijos pero con su gigante.
Y dos por tres, cuando los tiempos los dejan, se juntan y ríen a carcajadas y
evocan esas anécdotas y otros tantos recuerdos. Y en esas Yanina registra la imagen
que resume el amor de un padre a su hijo. Que está, que pasea, que enseña, que se desvive. Porque
las madres no son las únicas que se enamoran de sus hijos. Los padres, también.
Mateo y Gonzalo. Explanada
de la Escollera Sarandí. Rambla de Ciudad Vieja. Diciembre, 2014.
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