viernes, 30 de diciembre de 2016

Martes, otro

Cuenta. Le sobra un dedo de una mano para caer en la cuenta que en apenas unos días entra un nuevo año. Se va, se fue. Suspira. Y usa tres dedos más para seguir cayendo en la cuenta, ahora, de que hace ocho de la desaparición de ese ser que tantas huellas le dejó. Ese rostro, esa imagen y otras tantas se le vienen encima pero no, prefiere evitarlas, pensar en otra cosa. Entonces sus ojos se detienen en la morocha de capelina que seguro se le quedó el auto, la flaca que va al gimnasio con una colchoneta envuelta en velcros y unas calzas y un top que no dan aire a su cuerpo y el contador, escribano u oficinista de camisa desaliñada y la corbata en el bolsillo abultado, la milica que habla por un celular pasadísimo de moda, el hippie que intenta vencer el sueño, el guarda que pide a gritos una botella de agua y una cama y un buen baño, algo, aunque sea algo que lo saque de ese estado en el que ni él mismo se aguanta, la de rulos que a simple vista no se sabe si es una mina o no, y le sede el asiento a esa futura madre tan joven y tan bella y primeriza, al parecer, que acaba de subir, esperemos que a no romper bolsa, se le cruza, seguro, por la cabeza a la veterana de su derecha que abre hasta más no poder sus bochones, saltones como sapo, cuando ve esa panza a punto de explotar. Y son varios los que suspiran. Los 28, 29 o 30 grados hacen resoplar a cualquiera y a unos cuantos les pega la ropa al cuerpo. Pero contra las ventanillas del 121, la brisa que trae el viento deja respirar, y le vuela los pocos pelos al rubio que va de pie, prendido del barrote y con una agenda de cuero debajo del brazo izquierdo. Esa agenda que debe tener, a esta altura, apenas unos días sin tachar.

Orlando Pettinatti suena en los parlantes. Otra vez, maldice, y los auriculares –para evitar el chusmerío barato al que miles de pelotudos se prenden por tardes enteras–no los encuentra. Un bolsillo, dos, tres, el espacio mayor de la mochila, nada y la puta madre. Envidia al canoso pero joven que tiene unos blancos tapándole los oídos, y lee un libro y ni se entera que Orlando llamó a la fulana para deschabar el engañó del mengano del que todo el mundo ahora sabe porque ya no hay nada privado y todo necesita ser mostrado y conquistado por la mayor cantidad de deditos levantados. Y el flaco que va a su lado, tambaleándose en el asiento del medio y al centro, lee otro libro, de esos que con apretar un botón alcanza para ver una página de esas que se pasan con el índice por la pantalla y no largan olor a tinta y pesa menos que una pluma. Ese flaco que seguro jamás escuchó música en un casette, en un walkman ni supo sacar fotos en una cámara de rollo, y cuánta revolución piensa ella cuando cae en la cuenta, que no hace tanto se armaban álbumes familiares con la foto impresa, y uno salía avisando que volvía en una hora o a la noche porque una vez que pasaba la puerta de su casa ya no había teléfono a mano. Y cuántos cambios sociales y culturales y aquellas costumbres en que el mercado mandaba menos. Ahora uno puede ahorrarse colas y colas y malestares y hasta la dejadez del empleado público, en algunos casos, porque sentaditos desde casa pagamos las facturas, como la de antel que espera a ser paga, o no (lo mismo da) y sobresale de esa agenda, la del rubio de pocos pelos que ahora cierra los ojos y asoma la nariz a la ventana como para que no se le escape esa brisa. Esa brisa. Esa agenda que, a esta altura, tiene más tachones que días libres, piensa de nuevo, y tal vez, a lo mejor, quién sabe, serán arrojados al viento por una ventanal de oficina o consultorio en la mañana o al mediodía o pasado el mediodía (lo mismo da), del último día del año, con una sonrisa ancha, anchísima, y el placer de que ya se fue el año, otro, y esa noche es noche de copas y brindis y chupe y cuetes y fuegos artificiales y el comienzo por qué no de las vacaciones. 

Otro año. Qué año, piensa ella. Se va, se fue. Suspira. Y son varios los que suspiran. El que habla por el ihpone, el que manda un mensaje, la que contesta el whatsap o el messenjer o el correo electrónico, el que mira un partido de fútbol del Barcelona o el Manschesteer o vaya a saber qué, y que importa (lo mismo da), pero mirá si antes ibas a viajar en un bondi y mirar un partido en una pequeña pantalla de un mini aparato, se dice y sus ojos se desvían por la brisa, otra vez la brisa que, esta vez, le sopló la oreja y la hizo mirar hacia afuera y ver al pobre tipo de la calle entre medio de cartones durmiendo con Bob Marley, y otra vez esa imagen que hace sentir pobre a cualquiera que tenga alma, maldice, y media cuadra más adelante, los pies colgando y medio cuerpo de otro tipo dentro de un contenedor, intentando rescatar algo, aunque sea algo para engañar ese vacío estomacal inmenso pero ya acostumbrado como el de su vida. Esa pobre –pobrísima–  y tan triste vida. Otra vez, otra vez esa imagen, aprieta los dientes, cuando ni siquiera recorrió la mitad del camino, la de ciento de mujeres y niños y ancianos sin techo y pura calle que, sin embargo, no le quita el sueño a otros tantos miles. No como ese sueño con el que intenta vencer el hippie de unos veintipoco que otra vez se tambalea y se agarra del fierro y de la cabeza que lleva un pañuelo que le cubre los rulos largos, y saca del bolsillo una caja de puchos que simulan ser Marlboro y sin embargo son Cerrito, y se pone uno en los labios para pitar ni bien ponga el pie en el asfalto porque no se aguanta, y con esos lentes oscuros y ese rostro de corte fino y esa piel que le falta sol, lo mira bien ahora, le trae la imagen de Fito por aquellos años en que el amor después del amor sonaba cinco, seis, siete, diez veces por día en las FM y “tal vez, se parezca a este rayo de sol”, canta para adentro y se le eriza la piel, otra vez entre medio de la brisa –¡la brisa!– que viene desde afuera, por ese día, el de hace pocos, cae en la cuenta, en que Fito disparó miles de aplausos y risas y emociones, solo, al piano, y ella estaba allí, y qué momento, y qué año, suspira, y cuántos recuerdos piensa y  tararea “y ahora que busqué y ahora que encontré el perfume que lleva al dolor”, en el instante en que el hippie se desprende del asiento y tambalea ahora porque el bondi pego la vuelta y lo agarró con las manos en el aire mientras en la vereda son varios los que buscan una sombra a la espera de otro bondi, y en la esquina otros tantos de detienen al antojo del semáforo justo cuando ella se percata  que esa mujer de espalda ancha y blusa blanca sentada en el medio del bondi es quien parece ser, la que le aguantó la cabeza más de una vez este año, y otro año se va, se fue, suspira,  entonces se le acerca, la sorprende y se la lleva al asiento del fondo porque hay uno vacío al lado de ella y porque esa brisa, esa brisa. 

Y que cómo estás, sueltan ambas y ríen y se dan un beso, y dónde subiste pregunta ella, es que no te vi cuando subiste hace soltar la risotada de su amiga, y qué adónde vas, y la alarma de un auto suena y las hace mirar hacia afuera y molesta, ya no como Pettinati que sigue saliendo de los parlantes del chofer, porque ya ni lo siente, y ellas repasan cómo estuvo la Navidad, entre sonrisas, la de ella apenas una mueca porque hubiera querido otra cosa, pero sí estuvo bárbaro, alucinante, y cómo será el año nuevo y que a dónde vas y con quién lo pasas, y otro año, otro año que se va, se fue, piensa ella de nuevo pera esta vez no suspira. Y le cuenta que se va a encontrar con sus parientas en uno de esos clásicos boliches de Pocitos que tienen mesas afuera y la bandera de Uruguay aún cuelgan de una pared –porque desde que quedamos cuartos en el mundial de Sudáfrica somos más uruguayos que nunca–, en ese boliche que le trae recuerdos y en que la cosa, piensa ahora, ya andaba mal, allí donde las pizzas y fainas salen de a dos pero se pagan de a una y los mozos no dan abasto cuando los de la otra punta de la ciudad suben de las playas de estos chetos. Y que hace meses están por juntarse y que los horarios de una y de la otra y qué mejor excusa que la de despedir el año, y levantar ese vaso o esa jarra de cerveza para brindar por los buenos momentos, porque también hubo de los buenos y muy buenos, y que por fin se va este año en que todo se le ha movido y le ha dejado huellas, más huellas, y le sigue dejando, piensa cuando la amiga ya llegó a su destino, y que pases lindo pero nos vemos mañana, caen en la cuenta, porque al otro día es la otra despedida, y en estos días todos se despiden como si no fuera a existir más nada. Y todo es despedido. Y que se vaya de una buena vez este martes, el último del año, y este año. Este año y para siempre.  

Av. 18 de Julio, frente a la Intendencia de Montevideo. Diciembre, 2016.

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miércoles, 28 de diciembre de 2016

El Amor

"Nunca amamos a nadie: 
amamos, sólo, la idea que tenemos de alguien. 
Lo que amamos es un concepto nuestro,
 es decir, a nosotros mismos".
Fernando Pessoa


Rambla de Montevideo. Octubre, 2016. 

domingo, 25 de diciembre de 2016

Qué cosa, la vida

"Qué gran cosa la vida
qué gran cosa que don
qué carga qué viaje
de arena gruesa 
qué roca de Sisifó
por emplear alguna
aunque mal acentuada
-la métrica la métrica-
metáfora elegante".

Idea Vilariño

Minas, Lavalleja. Abril, 2015. 

viernes, 23 de diciembre de 2016

El mar

“Imágenes de imágenes
luz filtrada y silencio”.

Circe Maia

Playa Ramírez, Montevideo. Setiembre, 2016. 

Las olas rompen en la orilla. Apenas. O no. Depende la playa –algunas son bravas, otras más calmas– o más bien los antojos del viento que mueven el agua. La brisa. La brisa suave que revolotea el aroma. El del mar. A veces más intenso, otras no tanto. Depende la playa, o más bien los antojos del viento. Si está del sur o del norte, del este o el oeste. Como sea, frente al mar, y casi a los pies de la orilla, allí uno se estanca, cierra los ojos, aprieta los puños, respira, una, dos, tres veces, y profundo, y se va. Se va al más allá, a ese interior con el que pocas veces se encuentra. Aprieta los ojos, siente. La brisa, el mar. Su olor. Ese olor. Los antojos del viento. Las olas que rompen  en la orilla. A veces con fuerza, otra no tanto. Y el canto de los pájaros. Los pájaros. A veces gaviotas, a veces teros. Depende la playa, depende el balneario, depende el hábitat de quienes gozan de tanta libertad  y vuelan. Vuelan. Alto. A veces, no tanto. A veces ahí no más. Y uno cierra los ojos, afloja el cuerpo, ya no aprieta los puños, se siente en el aire. Respira. Una, dos, tres veces. Y se deja llevar. Por esos aires, esa brisa. Y cuando abre los ojos, le rompe la vista la inmensidad del mar. El mar. Y esa luz. La del sol que se va poniendo, también a su antojo, más allá, a lo lejos, en el horizonte. A veces con más amarillos que naranjos, otras con más rojos. Y uno respira profundo, otra vez, y siente. La brisa, las olas romper en la orilla, el olor del mar. Su olor. Y uno tiene la suerte y el privilegio de estar allí. Frente al mar. El mar. Y quedarse con esa imagen. La del mar. El mar.

domingo, 18 de diciembre de 2016

de Postales Orientales

“Salir a perderse no es malo
vivir buscando es mejor.
Golondrina que bebe rocíos
despierta motivos de un rayo de sol.
Lentejuela que rompe las nubes
abierta de luces, el sueño de Dios…”


Ricardo Gigena


Parada 1, playa Mansa. Punta del Este, Maldonado. Mayo, 2016.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Solo, al piano

“Nada del mundo real
nada del mundo real
desaparecerá, desaparecerá...
nada en el mundo es real
nada en el mundo es real
…y es así
pasa la vida
solo la vida
única vida...
es nuestra vida
nada del mundo real”.


Así arranco, despacito, casi como susurrando, de pie con los dedos clavados, no en las teclas del piano, sino en las cuerdas. Y desde ese disco en el que homenajeó a Alberto Olmedo, Circo Beat, siguió para atrás en el tiempo con Cable a tierra, Carabelas nada, 11 y 6… Y le cantó a Cuba con una de Silvio y otra de Milanes, y galardoneó a Bob Dylan y su premio Nobel, y volvió a su repertorio con algunos de esos clásicos que sí o sí deben estar en un concierto: Un vestido y un amor, Mariposa technicolor. Y agradeció a la vida, que le ha dado tanto, recordando a Mercedes Sosa, y mencionó aquellos años tan difíciles en que cualquiera iba en cana, entonces, los acordes de Los Dinosaurios de Charly, su gran amigo, sonaron y muchos cuerpos se erizaron y el Sodre casi explota cuando, también, hizo apagar todas las luces y hacer al público prender las de los miles de celulares. Y fue imposible evitar esa emoción que deja hace correr un lagrimón por la mejilla y poner la piel de gallina por ese momento y por el recuerdo de los 90' cuando Fito sonaba en las radios después de vender millones de El Amor después del amor. Saludó y pegó la vuelta. Se fue. Pero sabiendo que volvería. Ya con otro saco. A rayas. Y la rompió con Dar es dar. Pero, increíblemente, habían pasado dos horas, en las que además de cantar y hacer partícipe a los miles de espectadores entre aplausos y letras, agradeció a esta ciudad que es como la suya, su casa. Y su gran repertorio quedó corto. Cortísimo. Y se fue diciendo: “Qué lindo es irse así, cantando como un susurro, casi en secreto”. Y las teclas largaron apenas unos acordes de Y dale alegría a mí corazón, porque la canción la cantamos todos, con Fito dirigiendo de pie desde el borde del escenario, de espaldas a su piano. Y otra vez más de una  piel, seguro, se puso como la de una gallina. 




“Y dale alegría, alegría a mi corazón
Es lo único que te pido al menos hoy
Y dale alegría, alegría a mi corazón
Afuera se irán la pena y el dolor”.


Fotos: Fito Páez, el miércoles, en el Sodre. Montevideo, 2016.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Una risa, un tesoro

Me despierto pensando en ella. En su sonrisa casi silenciosa y contagiosa, en las lágrimas que no puede contener de la tentación cuando en esos encuentros, los nuestros, los del trío –porque somos tres– ni siquiera alcanzan palabras para saber lo que a la otra se le cruza por la cabeza, lo que  piensa. Basta una mirada, esa mirada cómplice, para largar la carcajada que sale casi de la nada por ese chiste, de repente, tan boludo que nos tiene minutos, minutos y minutos, y hasta increíblemente casi una hora, a veces, con los abdominales duros y las cosquillas en la panza de la tentación incontenible porque esa pelotudez disparó otra y otra y otra y otra y, entonces, los recuerdos de aquel otro chiste, más pelotudo aún, se hilvana con este y las miradas se cruzan y las sonrisas se apoderan de los cuerpos al punto que alguna ya se olvida del chiste y se tienta por la forma de reírse de la otra, de ella, que no emite sonido alguno pero le hace soltar cientos de lágrimas y sostenerse la panza mientras la otra levanta la pierna y el pie derecho para darle un golpecito al piso porque ya no da más, y no aguanta la risa, esa que a la otra, a mí, o a las otras –a esa altura ya no damos más– nos hace agarrarnos la cabeza o llevarnos una mano a la frente y taparnos los ojos mientras la risa sigue y sigue y sigue. Y en cada encuentro, el de las tres, son infaltables esas risotadas que duran hasta que las panzas piden basta por favor. Y ella empieza. Ella es la que casi siempre empieza con esa sonrisa tan contagiosa como la de un perro pulgoso que se afloja cuando las lágrimas se secan. Y es que ella es así. Espontánea, sencilla, sensible y fuerte a la vez, militante, justiciera y luchadora.  Una Mujer –con mayúscula– con una energía poderosa que es capaz de dar hasta lo que no tiene por quien se le cruce en el viaje de la vida. Una AMIGA tan incondicional como increíble, tan de fierro como cómplice. Tan cómplice como escucha. Tan culpable –por suerte– de que este trío se formara y reviviera después de idas y venidas y mudanzas y distancias que no hicieron más que demostrarnos que los kilómetros no son impedimento para estar en las buenas, buenísimas y, más aún y especialmente en esas malas en que la vida nos pone a prueba, nos golpea y nos sacude para levantarnos nuevamente, entre mates, cerveceadas y risotadas. Esas risotadas que tanto nos despojan, al menos por un rato, de lo cotidiano, de las ocho horas diarias de laburo que a ellas en particular las deja desquiciadas por esas realidades imposibles de cambiar con las que su porfesión las enfrenta. Y entonces la pienso y la recuerdo tan flaquita y de apenas más que un metro y medio, como yo, con esos ojos a veces color miel, tan observadores con el mundo que los rodean, sentada en el penúltimo banco contra la pared en un salón en donde éramos más de 40 y un profesor enfrente y, años después a ambas, porque ahí empieza, medio sin querer queriendo, el trío, pedaleando de una punta de la ciudad a la otra, juntas, para aterrizar en los barrios periféricos y hacer las prácticas universitarias que las hacen ser quienes son más allá de sus padres y sus infancias y tanta historia, y los porrazos que el destino se emperra en ponernos dos por tres, porque de eso se trata dice ella cada tanto, para seguir adelante de brazos abiertos y la frente en alto y celebrar por esos 25 que tira en broma y que ya hace un buen rato pasó. Ella no es una hermana de sangre, por suerte, pienso, porque seguro si lo fuera no seríamos tan como gemelas, o sí. Al verla uno siente que se le llena el alma. Que ya está, que la vida no puede dar más porque no hay mejor tesoro que su amistad. Y con ella el trío. Y las risotadas. Y a quien le debo tanto. Tanto.

Sil. Agosto, 2016. 


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martes, 13 de diciembre de 2016

Ese gesto, y la luna

Miró esos ojos que la veían del otro lado del lente. O la observaban a través de la pantalla de un celular. Seguramente un celular. La brisa corría fuerte. Las olas se daban de lleno contra las rocas. El sol rompía la línea perfecta del horizonte, y del otro lado, la luna le ganaba altura al majestuoso Salvo y todos los edificios que posan a los pies de la rambla. La anchísima rambla que la dejó perpleja a ella –en su primera visita a la ciudad, se me ocurre por su aspecto turístico– que alzó los brazos lo más que pudo en ese gesto en que la libertad y la felicidad se conjugan para registrar ese momento (inolvidable para ella), ese lugar tan nuestro, tan montevideano y, a la vez, tan visitado por cuanto extranjero aterriza en estas tierras. Y la luna fue testigo.

 Rambla, Cuidad Vieja. Montevideo. Diciembre, 2016.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Por ti, Buenos Aires

Esos aires que se respiran. Esos aires. Allí, donde todo tiene un color diferente –a veces tan gris como lo nuestro–, un aroma distinto, un toque para cada cosa, cada paisaje, cada ritmo. Esos aires. Allí, donde Astor nació, se crio y demostró que el tango podía ser otra cosa, más allá de Gardel y Goyeneche y Julio Sosa y otro tantos. Y fue tan repudiado, porque mirá si eso iba a ser tango. Y entonces lo llamaron el "asesino" de esa música tan nuestra, tan de ellos, tan rioplatense, tan de las dos orillas. Y uno camina por esas calles, por esos aires, y lo ve estampado al tipo con su bandoneón, en una pintura gigantesca que ocupa parte de un puente por donde transitan miles y miles de autos, trenes, transeúntes (turistas, laburantes, vagabundos y de alta clase), y quedas ahí, congelado frente a esa imagen en el medio de una de las avenidas principales, literalmente en el medio, entre gomas que van y vienen y el tumulto, imposibles de esquivar porque al querer cruzar esa anchísima avenida, aunque esperes el semáforo, aunque esperes a cruzar por la cebra siempre hay algún boludo bonaerense que se quiere llevar el mundo por delante porque va en auto, porque la avenida es para los autos, entonces toca y toca meta bocina para que uno que está ahí congelado corra, se corra, y zigzaguee cuanto motor pasa a 60, 80, 90 km, y el tipo, el boludo, se calienta porque debe maniobrar y esquivar a uno que también es un boludo (¡una boluda!) por pararse en el medio de la ancha avenida, impresionado por esa imagen, la del rey del tango que hasta logra trasmitir cuanta melodía dejó si uno se la queda mirando apenas unos minutos o si se queda, simplemente, parado enfrente de ojos cerrados respirando esos aires., tan diferentes y, a la vez, tan como los nuestros. Esos aires bonaerenses que ahora le rinden tributo al rey del tango. Ese tango, ese ritmo. Esos aires.

Buenos Aires, Argentina. 2016.
"Canción maleva, canción de buenos aires
hay algo en tus entrañas que vivi y que perdura,

canción porteña lamento de amargura,

sonrisa de esperanza, solloso de pasión.

Ese es el tango canción de buenos aires
nacida en el suburbio que reina en todo el mundo,

este es el tango que llevo muy profundo

clavado en lo mas hondo del criollo corazón...
Tierra mia querida,
yo quisera poderte ofrendar

con al alma en un cantar,

y le pido a mi destino el favor
que si al fin de mi vida
oiga el llorar del bandoneón..."


Astor Piazzolla

sábado, 3 de diciembre de 2016

El día que sonaron los tambores

Dicen que un día como hoy de 1978, el piano, el chico y el repique sonaron en el Conventillo Mediomundo por última vez. Después desapareció. Los militares que gobernaban el país, en plena dictadura, lo hicieron mierda. En honor a ese último sonido de aquellos tambores es que desde el 2006, cada 3 de diciembre, se celebra el Día Nacional del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial. Berequete, berequete berequete, cha cha. Berequete berequete berequete, cha cha…

Desfile de Llamadas en Barrio Sur y Palermo. Montevideo. Enero, 2015.

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viernes, 2 de diciembre de 2016

Geométrica

Pararse en un punto. Mirar detenidamente. Observar. Hacia arriba, hacia abajo, hacia los costados. Siempre hay líneas que se cruzan, formas, triángulos, cuadrados, círculos. Y en ese espacio donde lo geométrico está presente, naturalmente, esperar el momento preciso, el “instante decisivo”, al decir de Henri Cartier Bresson. Así me lo enseñó un profesor, fotógrafo (y fue uno de los tantos ejercicios), hablando justamente de ese monstruo francés, que pensaba que concentrarse en lo geométrico, era una forma de aplicar lo poético. Así la imagen es pura poesía. Y por eso era de suma importancia para él. Todo transcurre y trasciende, entonces, entre líneas y formas y texturas. Lo cotidiano. La vida. El instante preciso.

Ciudad Vieja, Montevideo. Agosto, 2014.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Carlitos


Estación de subte Carlos Gardel. Buenos Aires, Argentina. 2016.


“Hoy que la suerte quiere que te vuelva a ver,
ciudad porteña de mi único querer,
oigo la queja de un bandoneón,
dentro del pecho pide rienda el corazón.

(…)
Mi buenos aires querido....
Cuando yo te vuelva a ver...
No habrá más penas ni olvido”.


Gardel

domingo, 27 de noviembre de 2016

de Postales Orientales

"Uno piensa que los días de un árbol son todos
iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un
día de un viejo árbol es un día del mundo".


Haroldo Conti


viernes, 25 de noviembre de 2016

La cita de los viernes

No se paga entrada alguna. Uno va, entra y consume lo que quiere. Y los escucha. Decenas de músicos se juntan cada viernes a tocar jazz. Jazz moderno, jazz de fusión, bossa y blues. El Hot Club de Montevideo nació en 1950 por el simple capricho y el interés de varios músicos de hacer lo que les apasiona. Y uno va, además, y conoce de estilos e historias del jazz estadounidense que algunos cuentan. El Rolo es especialista en contar historias, sobre las letras, las bandas, el origen del jazz. Y en el piano, la rompe. Lo descose. 

Rodolfo “Rolo” Suzac en el Hot Club. Kalima Boliche, Montevideo. noviembre, 2016.

domingo, 20 de noviembre de 2016

de Postales Orientales

Llenarme la boca de pájaros
para que los persiga por la pieza
a punto de encerrarlos
en la O del asombro.


Horacio Cavallo

Plaza Virgilio, Montevideo. Octubre, 214.

viernes, 18 de noviembre de 2016

La niña encantada

Hacen cola. Son ocho, nueve, 10, 12… Algunos son tan pequeñitos que no alcanzan a la altura de la cámara. Esa que, en realidad, es como un cajón de madera hecho, seguramente, por las manos del hombre, de no más de un metro sesenta y casi calvo, que se las ingenia para llevarse unos pesos a la casa y hacer divertir a los pibes. Se enchufan los auriculares para escuchar el espectáculo, una obra de teatro, dicen. Y todos quedan encantados de ese mundo que es pura fantasía y roba sonrisas y gestos de asombro y algarabía. 

Parque Jacksonville, Montevideo. Noviembre, 2016. 

miércoles, 16 de noviembre de 2016

De nuestra tierra III

Parque Jacksonville. Montevideo. Noviembre, 2016.

Edu Pitufo Lombardo. 

Público presente durante el espectáculo de Liliana Herrero y Pitu Lombardo, en el escenario Plaza.

Liliana Herrero.

martes, 15 de noviembre de 2016

De nuestra tierra II

Liliana Herrero y Edu Pitufo Lombardo 
en el VI Festival Música de la Tierra, el domingo. 
Parque Jacksonville. Montevideo, 2016.



lunes, 14 de noviembre de 2016

De nuestra tierra

Quedaban pocos minutos de la luz del sol cuando la plaza donde está ubicado el escenario principal, estaba repleto. 6.30. Ella salió a una de las galerías. Miraba aquel enjambre de gente, algunos mate y termo bajo el brazo, acomodándose en las sillas para verla y escucharla a ella arriba del escenario. Ella esperaba, paciente, a los hermanos Ibarburu –Nicolás y Martín­– que terminaran su espectáculo en el otro escenario para arrancar juntos. 19.00. Los aplausos del público no tardaron. Querían verla a ella. Al Pitufo Lombardo también. Pero sobre todo a ella. Entonces subió, saludó con el brazo extendido, se prendió del micrófono, agradeció a los presentes, a los organizadores, a los músicos que la acompañaron y al Pitufo, por esa “hermosísima amistad” que los une. Y la rompió. El VI Festival Música de la Tierra, en el Parque Jacksonville, dejó, en su último día, entre otros cantantes e intérpretes, a esta cantante de la vecina orilla. Una monstrua.

 Liliana Herrero, ayer, previo a comenzar su espectáculo en el VI Festival Música de la Tierra en el Parque Jacksonville. Montevideo, 2016.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Los que lo miran por TV

Afuera las mesas están casi llenas. Faltan 10 minutos para que la bola empiece a rodar en el césped del Estadio Centenario en la 11ª. fecha de las Eliminatorias. El mozo me acerca una mesa justo cuando cae la primera gota. Yo que vos me voy para adentro y agarro la mejor, me dice. Y me convence. No llego a estar sola ni dos minutos. El boliche se llena. Se levanta viento y los jugadores están por entrar en la cancha. Un veterano de ojos celestes, barba blanca y pelo gris me pregunta algo que de antemano no entiendo. Quiere asegurarse que el partido está a punto de empezar. Es brasilero y aliado nuestro. Los brasileros nos quieren a los uruguayos.

“Maravilloso, emocionante, conmovedor”, no deja de adjetivar Alberto Sonsol por la 890. Donde haya un uruguayo, seguro hay emoción, continúa más exaltado que muchos que lo escuchan. Pero contagia. ¡Marchen dos Patricia!, le grita uno de los mozos al que está detrás de la barra cuando el juez pita y la pelota gira. El mozo aplaude. ¡Vamo’ Uruguay, vamo!, le sale de las entrañas. Eduardo Mateo sonríe desde el fondo en un inmenso cuadro, pintado a mano, que ocupa media pared. Y las gotas amagan en caer más fuerte. Lo olores se entremezclan: el aire a lluvia, las pizzas a punto en el horno y el aceite hirviendo para esas milanesas de carne y las papas fritas que esperan más de uno. El calor del horno es potente. De a ratos una brisa corre y el viento, tímidamente, empieza a hacer lo suyo.

El Estadio está repleto, cuentan los comentaristas y la televisión lo muestra y al boliche le quedan sólo dos mesas vacías. Los jugadores se acomodan, sortean el arco y rezan para sus adentros para que Dios y la suerte no los abandone. El brasilero se ríe. El yanqui también. A mí se me eriza la piel y me tomo el primer trago helado de mi Pato. La adrenalina es contagiosa y la esperanza de ganar crece. Una amiga me avisa por whatsap que intenta conectar el partido por internet y que en la rambla de Pocitos ya llueve. En Ciudad Vieja el agua es puro cuento. Levanto la jarra y brindo sola. Por Uruguay.

El Matador la roba, apenas empieza y el mozo entra el pizarrón, que recuerda las promociones, porque la lluvia sigue amagando. Una pareja entra y se acomoda y los platos se entreveran y el kétchup chorrea esa carne roja que ya fue partida por el yanqui, y al boliche, ahora, tampoco le entra un alfiler. En apenas unos minutos dos jugadas instantáneas. No marcamos como debemos, comenta Martín Charquero, y en el fondo cinco pibes abren las cervezas. Full contra Ronal. Caen unos gringos y el boliche no da abasto. Y los mozos también.

La doña del barrio que es pura arruga se levanta, se mueve, mira a un lado y otro y lo saca de quicio al tipo que está detrás que se muerde la lengua para decirle ‘señora quédese quietita, el partido ya empezó’. El rubio del fondo, uno de los cinco pibes que fueron en barra, suspira, menea la cabeza. La arrugada estorba, el mozo va y viene con las manos hasta las manos y en la cancha Uruguay mete huevo.

El calor es potente y salen pizzas y fainas y más fritas. Y córner. Pura adrenalina. 12 minutos. Llega el Seba Coates que la mete de cabeza y ¡Goooll! La garganta de Sonsol explota y la barra de pibes del fondo también. Esa pelota, esa pelota, me dice el brasilero que mueve las manos, levanta los brazos y me dice algo que no entiendo porque Alberto me taladra los oídos, y al veterano de barba blanca le hago que sí con la cabeza como los locos y la moza se cruza con dos jarras congeladas y dos Patos más para alguien que acaba de llegar y uno de la barra quiere abrir otra antes de terminar la primera rubia. 

El yanqui registra ese momento para el recuerdo y El Matador de dientes filosos putea, hace gestos en el medio de la cancha. La barra del fondo está hipnotizada frente a la pantalla. Uruguay juega más decidido que Ecuador, opina ahora Charquero. La veterana, pura arruga, muestra los dientes que le faltan porque algo le causa gracia y señala el televisor, algo le dice a la morena, también del barrio, que me había dicho ‘saca fotos, saca fotos’. La hinchada del Estadio grita. En la Olímpica, parece, no entra más nadie. Ecuador no está cómodo ni ha podido hacer el juego que vino a hacer, dice el comentarista, y Suárez sigue siendo un peligro y le hace agarrarse la cabeza a medio boliche. Y buen arranque de Coates que sale y se la pasa a Suárez que va por la izquierda y la doña queda como congelada con la mandíbula abierta a más no poder, el mozo revolea los ojos y quiere cortarle el tubo al pelotudo que del otro lado pide muzzarella y fainá y cerveza, calculo, y por favor que el delivery se apure.

El fuego del horno arde contra la pared y hace transpirar al pizzero que tampoco saca los ojos del televisor. Y que no se quemen las pizzas, por favor. El papel del menú sobre mi mesa vuela por la brisa que otra vez trae el viento que ahora es más fuerte y nos hace poner el saquito a más de una. Muslera se defiende con los puños y la bola queda entre sus brazos. Suárez protesta de nuevo porque los ecuatorianos no lo dejan en paz y el pibe de la barra del fondo que tiene la camiseta de Peñarol se muerde los labios. El flaco de al lado putea y el nene de no más de 2 años que le cincha la camiseta al padre y lo mira desde abajo, llorisquea del susto (o porque nadie le da bola). Llega Rolan y queda ahí nomás y lo de Suárez es de no creer, dice Sonsol que lo deja sin palabras y a la barra del fondo largar un !Ahhhh! en coro. Hay una sensación de que todo lo que hace lo hace perfecto, se mete ahora Charquero, y el Estadio grita porque le roban la pelota a nuestro goleador que muerde cuando lo buscan, pero el periodista deportivo refuta que el ecuatoriano se la sacó bien, que no hubo falta, pero en el bar alguien se acuerda de la madre que lo parió y hasta la concha de la madre del ecuatoriano. Suárez es un demonio y el yanqui, que no dejó ni el pan rallado de la milanesa, se ríe y ni se toca. Le dice algo a su mujer que no llego a entender por el barullo y por Sonsol, pero también, su inglés es imposible para mí castellano.

Pumba, revienta Uruguay. A Suárez le falta alguien para dialogar en el pase justo, comenta Charquero. Muchos extrañan a Cavani. El mozo no aguanta más y se clava una muzzarella, la flaca del barrio se muerde las uñas y la morena tampoco saca los ojos de la pantalla. Torres García observa con rostro apenado desde otro cuadro más grande que el de Mateo. Ecuador busca el empate pero con Muslera en el arco para los negros de camiseta amarilla es como sacarse la lotería. Uruguay sigue dominando y el mozo se atraviesa medio boliche con dos platos de fritas. ¡Marchen las fritas! El partido es celeste, Uruguay presiona. Rolan no está preciso ni fino en los pases y Ecuador, para nuestra suerte, no defiende bien, aunque nosotros tampoco hemos tenido muchas chances de gol. Amarilla para Fidel Martínez porque le entra duro al Matador, y ¡vamos pibes que se puede!, gritan del fondo, y el horno no da abasto y salen más pizzas. Y Paraguay le gana a Perú 1 a 0 en los 43 minutos de Uruguay-Ecuador y un ¡Nooooo! deja casi muerto el bar porque Felipe Caicedo nos clavó la bola en el arco en el minuto 44. Golazo. Silencio.

La flaca me mira con consuelo, el brasilero de ojos lindos menea la cabeza y el mozo tiene la puteada en el alma pero la aguanta. La aguanta solo por un ratito. Es que enseguida, enseguidita, se convierte en un suspiro y los nervios se aplacan y los gritos renacen y el niño vuelve a llorar y el yanqui hace la foto de la barra del fondo con los brazos abiertos y se la muestra a la mujer y la boca con la “o” que se estanca unos segundos porque todos gritan el segundo que mete Diego Roland que no estaba siendo preciso. El Estadio aplaude, el boliche también y los jugadores se van al vestuario y ¡vamo’ uruguay, vamo! que el partido es nuestro y medio boliche aprovecha a tomar aire y fumar un pucho para calmar los nervios, y yo le escribo a mi amiga "cómo está esto por Dios".

***

Brasil hace un gol y el segundo tiempo de Uruguay se pone tenso. A Suárez, otra vez, no lo dejan avanzar. El juez se calienta pero no saca tarjeta. En la mesa de los yanquis ahora una pareja uruguaya se clava una napolitana completa en unos platos que no pueden más. El brasilero y la doña pura arruga se hicieron amigos y, ahora, conversan en la misma mesa. A mí me entran las ganas del pichi y me queda media rubia, pero ni en pedo voy al baño porque si me levanto seguro Suárez la mete y me la pierdo. Mi amiga me escribe de nuevo, dice que La Pasiva de Pocitos está hasta las manos y se ríe: Sos como los viejos que escuchan la radio mientras mira la televisión me manda por whatsap, pero ella también se prende de alguna radio porque ahora no tiene donde verlo. Y la imagen del Maestro Tabárez es un poema, y full para el Cacha que trancó lo que pudo haber sido gol. Ecuador busca el empate como sea y presiona más. Uruguay los revienta y el partido está más parejo y ¡vamo’ uruguay, vamo’ descarga el de Peñarol que no suelta la jarra ni por jodete y el boliche está paralizado y la muzzarella es puro aceite pero se deja comer. Ecuador llega más al arco. Muslera no se rinde.

Como está esto por Dios, me sale ahora de adentro en voz alta para aliviar el grito que no descargo y un remate del mordedor que se fue por arriba a la izquierda paralizó al boliche entero. La doña no puede creerlo y se lleva las manos a la cara y yo aprieto las piernas para aguantar el pichi que ahora se agudiza por el frío que entra y de atrás un veterano golpea la mesa y me hace saltar con un ¡arriba uruguaaaaaay! Ecuador la lucha y quiere el empate y la celeste la pelea hasta la muerte y los corazones laten y más de uno quiere que esto se termine ya. El boliche se llena de pelotudos que pasan, entran y se paran frente a la tele que seguro recién se percatan del partido. Se amontonan en la puerta estirando el cuello cuando mi amiga recién tomó el bondi, y el 15 de Ecuador se liga una amarilla y, ahora, los negros de camiseta amarilla juegan mejor y meten huevo.

Dale, dale, le grita la doña a Coates y las arrugas de ese rostro que tiene más historia que el del Maestro, le resaltan.  Mi amiga me avisa que hay otro corner de Ecuador y me río porque le recuerdo que yo sí tengo una pantalla enfrente y me manda otro mensaje: “muy poco fútbol esta noche”, escribe y me hace largar la carcajada y la puta madre que se me escapa el pichi, y le contesto que se parece a Charquero. Y Brasil metió el segundo y a Argentina lo está dejando chatito y que cada uno atienda su juego, dice Sonsol, cuando ya vamos en los casi 30 minutos del segundo tiempo. Los pibes en la cancha dejan todo, los del boliche se aprietan los dientes y yo las piernas. A mi botella le queda un cuarto y sigo aguantando el pichi. Suárez la gana, el Mono Pereira arranca una carrera pero lo frenan, el mozo no lo cree y revolea la cabeza, la moza va y viene con envases vacíos y más Patricias.

La morena me mira, pendiente más de mis fotos que del partido, la doña y el brasilero están de cháchara y el morenito que ligó una muzzarella, también me mira de reojo. Algo me va a pedir. Uruguay aguanta, ahora a duras penas, el 2 a 1 como yo el pichi y vamos que queda menos. Quedan 15. Sólo 15 pero una eternidad. Mi amiga se caga de risa del otro lado y me insiste en que vaya al baño, pero no porque seguro Suárez la mete y me la pierdo, le copio el mismo mensaje. Seguro la mete y me la pierdo. Y atravesar el boliche hasta el fondo sería una odisea. Y Muslera nos salva de nuevo, y el morenito está chocho con esa muzzarella, pero algo me va a pedir. Perú le empata a Paraguay y la arrugada y el brasilero siguen dándole a la lengua y en el Estadio la gente chilla por el full que le hacen, ahora, a Stuani y en varios puntos del país renacen las puteadas.

Peligro. Escapó, giró, Vecino la pasó y Suárez que la agarra y no la suelta y en el boliche más de uno se come las uñas y otro corner para Ecuador y el peligro aumenta. Y a Sosnol no le da la garganta, la saca el Cacha y el mozo, otra vez, se agarra la cabeza, el Estadio entero protesta y yo me aguanto el pichi. Uruguay se defiende con esa garra charrúa y Novoa la pone otra vez en peligro y la puta madre que los parió y los jugadores se chocan y de nuevo full. Y otra vez las arrugas de la doña que es como si quisieran salirse de su rostro y los pibes del fondo ya se prenden del pico de la botella y Mateo sonríe desde el cuadro. Y esto está cada vez más peleado y los minutos pareciera que no pasan nunca y sigo aguantando el pichi y la adrenalina del boliche explota y la garganta de Sonsol pide basta.

 Y el Mono que ahora la pierde, y la rey de la mierda se le escapa al veterano y la flaca del barrio se está quedando sin dedos y mi amiga me escribe que ya le queda menos para llegar. Y al partido le quedan 4 minutos, más los de descuentos, y el Mono otra vez que la pierde, y vamos Mono, vamo, grita el veterano y el de la camiseta de Peñarol que se prende del pico de vuelta y el nene que ya no llora pero pide que alguien le dé bola, y Uruguay lucha y lucha y patea y marca y los pibes dejan hasta lo que no tienen en la cancha y los ecuatorianos que la pelean. Godín que la saca y Muslera se cae y por Dios. El mozo pregunta si hay más fainá, y alguien desde adentro le responde que sí cuando yo me tomo el último trago, ya caliente, de mi rubia. El morenito me fija la vista, me pide una coca cola (sabía que algo me iba a pedir) y quedo paraliza porque el Estadio explota aplaude y el boliche también. El juez pita por fin. ¡Uruguay nomás!, sueltan en coro los del fondo. La doña y la flaca festejan de brazos levantados  y se abrazan, la morena busca mi mirada y mi cámara, el brasilero sonríe. Uruguay llegó a los 23 puntos, mi amiga por fin a su casa y Eduardo Mateo sigue sonriendo. Y yo corro, ahora sí, a soltar el pichi. ¡Uruguay nomá!

Boliche en Ciudad Vieja, ayer, durante el partido de Uruguay-Ecuador. Montevideo, 2016.