Fabiana esperaba el bondi. Un día de
frío y lluvia. Demoraba. Las condiciones climáticas, los chasquidos que uno
hace con los dientes cuando siente el cuerpo helado y está cansado de las
recientes ocho horas laborales y solo desea llegar a su hogar y el bondi que no
viene, hicieron que Fabiana y la mujer que también esperaba alguna línea en la
misma parada, iniciaran una charla. Palabras más, palabras menos, al saber la
doña que Fabiana salía de su empleo, quiso saber dónde era, qué hacía.
– Trabajo en la Universidad de
la República– le contó Fabiana.
– Ah, sos limpiadora– exclamó
la doña convencidísima de que la mujer afrodescendiente, menor que ella sólo
podía dedicarse a eso.
Fabiana le explicó que no, que
era jefa de una de las secciones de la institución educativa, y no le quedaron
más ganas de hablar. Para su suerte, la línea que ella esperaba llegó. Se
olvidó del frío y después de eso, se mordía los labios con los dientes. De
bronca. Impotencia. Indignación.
Esa fue la anécdota que Fabiana
contó, el miércoles, para responder a la pregunta de cuántas mujeres
afrodesendientes participan de múltiples espacios culturales: danza, música, entre
otros, y el de las artesanas afro. En el marco del Día Internacional de la
Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora, ese día se organizó en el
Centro Cultural de España (Cce), dos actividades. La primera: una mesa de
charlas, debates, varias anécdotas e ideas que dejaron a muchos presentes reflexionando
sobre el racismo y la discriminación hacia los negros, especialmente, hacia la
mujer. Hoy, lo políticamente correcto es nombrarlos como “afrodescendientes”,
pero soy de las que piensan que llamar a una mujer o a un hombre como “mujer
negra” u “hombre negro” no es para nada despectivo, y con orgullo, muchas de las
mujeres que hablaron se identificaban así.
Esas que cuando eran pequeñitas
recibían burlas por su pelo tan motudo, tan negro, tan voluminoso y por tener
la piel de color. Esas que cuando eran pequeñitas, pensaban que sólo a ellas
les sucedían esas cosas, pero luego, de adultas, en medio de la militancia y en
el proceso de lucha por sus derechos y de afirmar su propia identidad (en el
que ahora se sienten más acompañadas porque no son dos, tres ni cuatro),
descubrieron que no, que hay cientos de esas realidades, muchas invisibilizadas.
¿Cuántas mujeres negras pasaron
por la misma situación?, preguntó Fabiana en la cafetería del Cce que estaba
casi llena. Ahí es que vi varias ojos que se cerraban y cabezas moviéndose,
afirmando que su anécdota era harta de conocida. Hay muchas historias escondidas.
Miles. Lo cierto es que luego de vivir situaciones degradantes como la de la
espera del bondi, a muchas mujeres negras con “los pelos locos”, dijera
Fabiana, les cuesta integrarse en la sociedad. “Nos da cierto recelo y a veces
hasta pánico”, porque esas situaciones “lastiman”. Por eso aseguró que para
muchas mujeres afro es un proceso lento que, además, hace pensar qué tanto se sienten las mujeres afro,
cómo se identifican, cómo se asumen frente a la sociedad. Fabiana piensa que
algunas mujeres afro no se identifican como tal.
La discriminación y el racismo
no es un tema nuevo. Para nada. Ni siquiera los negros, lamentó la mae Susana
Andrade, fueron reconocidos en la primera Constitución que tuvo el país. La de
1830. Y “en el debate de la laicidad del Estado, nos dejaron afuera”, afirmó. Ejercer
la religiosidad genera identidad, opinó, aunque no todos los negros tienen por
qué practicar la religión afro, pero sí todos tienen derecho a conocerla, saber
que existe y sentirse reflejados en la espiritualidad, manifestó en referencia
a que en Uruguay hubo que enseñarle a muchos negros que la religión afro existe
y es un “reservorio cultural” al igual que las expresiones artísticas. La
cultura “es un accionar desde el amor”, sentenció Leticia Rodríguez, pero “nos
hace falta hablar mucho sobre identidad, cultura y tradición”.
El encuentro finalizó con la
segunda actividad –el cierre de broche–: Un Desfile de Moda que surgió como iniciativa
del grupo de las Artesanas Afrouruguayas. El objetivo: Crear identidad a través
de la belleza: la vestimenta, el peinado, los accesorios que adornan las
distintas partes del cuerpo, y que reflejan, de alguna manera la lucha a través
de los estereotipos en lo cotidiano, a la hora, por ejemplo, de hacerse un laceado
para esconder las motas. Y en realidad, las trenzas tienen un significado,
me explicó Laura Aguilar, peluquera estilista, formadora de Trenzarte y única estilista afro en
Uruguay e integrante de la Red Estilistas Afro. El trenzado, dice, es el
cuerpo, la mente y el alma que entrelazados entre ellos están en busca de un
equilibrio. A Laura le llevó 6 años especializarse como estilista, pero siempre
está aprendiendo nuevas técnicas, asegura. Para ello tuvo que viajar a Estados
Unidos porque en Uruguay esas especializaciones no existen. Así como era
impensable a principios del 213 la idea de desarrollar un desfile de moda. En
julio de ese año, muchas de las mujeres afro vieron que era posible. Y en eso
andan.
Fotos: Centro Cultural de
España, Ciudad Vieja. Montevideo. Julio, 2016.
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