viernes, 29 de julio de 2016

Sin consuelo

Anteanoche lo escuché. Se me erizó la piel. Ayer iba en un bondi y aquello que había escuchado de su voz, lo leía en el diario –de masoquista nomás–. Se me escapó un lagrimón. Es que Álvaro produce eso. El tipo es triste. Triste por demás. Una tristeza dura, a veces, imposible de llevar. Un dolor que cala hondo, al decir que “es demasiado patético esto de despertar con la tristeza pegada a los párpados, con la garganta acogotada”*. Por eso, a veces, cuando uno empieza leyendo sobre esas crudas realidades que describe con palabras justas y detalladamente y duelen (esos hombres y mujeres, por ejemplo, “que esperan un taxi  que nunca llegará al barrio donde viven, porque no hay tablet ni aplicación bajada que compense la marginación  o el estigma territorial”**) tiene que abandonar la lectura, aunque sea por un rato. Quizás porque cuesta aceptarlas, quizás por esa sensación que produce, también y cada tanto o más bien cada mucho (en mí caso), de sentirse identificado. “Me veo a punto de llorar y no lo hago porque en ese mismo instante ya lo estoy escribiendo, transformando en palabra, trasmutando toda sensación corporal en relato. Entonces no tengo ni una cosa ni la otra, ni vida ni literatura…”*.

 Apegé en Dos audaces y dos perfectos desconocidos, el Ciclo de Lecturas que él mismo coordina en el Café Deshoras, el miércoles.


* Decirlo todo. Pequeñas muertes. Sólo inicios. la diaria, julio 28, 2016.
**Decirlo todo. Jubilados del progresismo. Una vida, 8967,50 pesos. la diaria, julio 16, 2016.

Entrada relacionada:

No hay comentarios:

Publicar un comentario