jueves, 21 de julio de 2016

Amigos son los amigos

Ayer Ale vino más contento de la escuela. Es que su amiga Anush –en armenio anush significa dulzura– lo abrazó, le dio un beso y le dijo: ¡“Feliz día amigo”! Ale no sabía que el 20 de julio se celebraba el Día del Amigo, así que la sorpresa fue grande para él. Contentísimo quedó. Cuando la mamá lo fue a buscar, le fue con el cuento:
–Hoy es el día del amigo, mamá.
Y le contó cómo se había enterado y del abrazo de su amiga, que no es el primero que se dan. Ale y Anush se conocen desde el nivel tres de jardinera. Ahora están en el cinco. Ella es rubia y de ojos marrones, me confiesa tímidamente.

Cuando llegó a la casa el sol le estaba dando paso a la noche. Al rato, al ratito nomás, alguien golpeó su puerta. Ale abrió.  Santi –un rubiecito, dos o tres años más pequeño que él pero casi de la misma altura– su amigo del barrio, de la cooperativa, le sonrió de brazos abiertos y le dijo: ¡”Feliz día, amigo”! Y se apretaron fuerte en ese abrazo más grande que ellos dos juntos. Fueron y vinieron de la casa de Santi a la de Ale y viceversa por el pasillo que las distancia, unos metros nomás. Los suficientes para que ellos corran con la pelota en la mano y se la pasen un par de veces. Y en esas, entre medio del juego –los dinosaurios, las fichas de colores y la pelota que hacen dar mis vueltas, la patean, se la pasan, la bola queda en el aire y la cabecean cuando se las tiro– Ale me cuenta casi todo de un tirón con esos gestos y esas muecas que a su madre le hacen largar la carcajada, dar una mano contra una pierna y prenderse fuego. Me prende fuego, dice Bea cuando lo escucha. Y le brillan los ojos.

El año pasado para el cumpleaños de Anush, Ale quiso regalarle una piedra violeta. Violeta porque es el color preferido de ella, y una piedra porque a él le fascinan. Bea tenía muchas piedras en su casa pero ninguna violeta. Entonces buscó y buscó, le preguntó a cuánta amiga tiene, a todos los vecinos de las viviendas, a ver si alguien tenía una piedra violeta. Violeta tenía que ser. Y el cumple de Anush llegó y a Ale no pudo regalársela. Le obsequió un collar con otra piedra. Un “amuleto”, dijera Ale.
A él le gustan las piedras porque muchas de ellas son de varios colores. Cuando era pequeñito se fascinaba con varios collares que colgaban piedritas y le adornaban el cuello a su mamá. Ahí empezó todo.
–Cuando alguien me regala una piedra me da tanta alegría…– me dice en un tono que me hace derretir por dentro y eso que a mí los chicos no me copen demasiado, pero Ale… Ale es diferente. Ale es mi amigo.

A Ale también le encantan las piedras porque trasmiten mucha energía. Así se lo enseñó Bea. Él lava las piedras –las que tiene– con agua y sal para que queden más brillantes, me explica. Y las deja en remojo a la luz de la luna. Si es luna llena mejor. Para que queden más, más brillantes me aclara después. A la luz de la luna, las piedras brillan más, dice convencidísimo. Y eso es como que le da una magia, por eso para Ale, las piedritas son como un amuleto.

Hace poco, un par de días o semanas lo mismo da, Ale consiguió una piedra preciosa –como Anush– y violeta. Se la regaló la misma amiga que le obsequió, hace ya un tiempo, la primera piedra que él tuvo: La colorada. No la piedra sino Ana. A Ana, la colorada por sus pelos color naranja, le quedó rondando en la cabeza aquella pregunta que Bea le había hecho meses atrás: si tenía una piedra color violeta. A Ana le encantan las piedras como a Ale. Y también son amigos hace tiempo, prácticamente desde que Ale arrancó a caminar.

Hoy, cuando vaya a la escuela, Ale le va a regalar a su amiga la piedra violeta. A esta altura la famosa piedra violeta. Falta mucho para el cumple de Anush pero al menos para devolverle de alguna forma ese abrazo, el del Día del Amigo. Y se la guardó. Se guardó la piedra –preciosa y, ahora, más brillante– en la mochila para no olvidarse, ni bien terminó de jugar con Santi porque ya era hora de bañarse, comer, lavarse los dientes, hacer pis y leer un cuento en la cama antes de que lo atrape el sueño. Todas las noches Bea y Ale leen un cuento. Es que a él también le fascina leer. Y sabe mucho, mucho, sobre todo de dinosaurios. Entonces Santi lo abrazó de nuevo y le dio otro beso.
–El fin de semana vuelvo– le dijo el rubiecito mientras abría la puerta.
–Bueno– le respondió Ale estirando la “o”. Pero no llegues tarde…

Y se clavaron los ojos con esa mirada traviesa y cómplice que sólo ellos entienden, uno desde la puerta con el pestillo en la mano y el otro desde el posa brazos del sillón zarandeando una pierna, como programando la próxima aventura top secret. Esas cosas de chicos en donde los adultos no se meten. Una dulzura los pibes. Como Anush.

Santi y Ale, ayer. 

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