martes, 19 de julio de 2016

El arco iris que ataja a los pibes

Historias simples: Fortín Olmos

Primero eran tres. Después, cinco, ocho, diez. Ya no dieron los dedos de las dos manos para contarlos. Ese sábado llegaron a ser 15. Un grupo de pre-adolescentes que se juntan a jugar, a intercambiar ideas, a compartir, a reírse juntos y, a veces, hasta expresar lo que en otros espacios no pueden o no se animan. Para ellos no es lo mismo vomitar un sentimiento a alguien de su misma edad que a un adulto. Ese espacio es uno de los muy pocos que los gurises tienen en Olmos, fuera de sus casas, de sus familias, del liceo. De lo cotidiano. Lo llaman Arco Iris (esa mañana la luz del sol era imprecisa, entre una tormenta que nos abandonaba y el astro que peleaba por salir de entre las nubes; qué curioso, pensé). Silvana, la referente, es una monja joven, piola. Los entiende, los aconseja, juega con ellos. Ríe con ellos. Se entiende bien con ellos. Se nota. Es quien lleva la batuta: propone, pone orden con apenas unas palmas, límites cuando es necesario y plantea desafíos para entusiasmarlos, para que se cuelguen.

Uno con la pelota en la mano debe decir su nombre y su hobby (leer, mirar televisión, bailar, tocar la guitarra…); le pasa la pelota a un alguien que debe expresar su nombre y su afición, previo a repetir el nombre y la afición del anterior. Ese alguien pasará nuevamente la pelota a un tercero que, también, debe repetir el nombre y el hobby, ya no sólo del anterior compañero, sino además del primero. Y así se va complicando la vuelta cada vez que se suman nombres y gustos (todo lo que hacen los chicos en estos tiempos). Hay que tener memoria. Buena memoria. La pelota va y viene sin que toque el pasto. No puede caerse. Al que se le cae debe cumplir una prenda. Al que no recuerde un nombre o un hobby otra prenda, más difícil. Entre las risas y el juego en el que todos participan, se van conociendo, se sacan la timidez y por sobre todo, van integrando y asimilando el “nosotros”. Y se trabaja el retomar eso de que los gurises a esa edad (11, 12 y 13 años) no saben si son chicos o grandes, me dice Silvana después atajar varias pelotas y perder una que le lleva a pagar una prenda. Ella también paga las prendas. En ese círculo nadie tiene coronita. Nadie.

Después del juego la cosa se pone seria. Comienza un espacio en el que se enfocan temas de actualidad, de reflexión que casi siempre, me explica la monja de acento santafecino, la hacemos desde Jesús, con temas de la vida real de cada uno. El que quiere expresa y los demás escuchan. Un perfecto ida vuelta, desde las vivencias personales a la experiencia de compartir entre varios para que se animen a hablar en grupo, e incluso, que aprendan y sean cada vez más críticos de la realidad. Algunos son espontáneos, quieren hablar ya, no respetan turno, se expresan y terminan hablando juntos, a la vez. Por eso aprender reglas también es parte del proceso. A otros hay que darles cuerda o tirarles preguntas para que se animen a mover la lengua. A veces se logra, a veces no hay que darle a la vergüenza propia de esa edad.

El tercer y último momento de Arco Iris es la oración en la capilla de la casa de las hermanas del Sagrado Corazón. Los gurises siempre piden hacer la oración allí. Es que les gusta sentarse en el piso entre almohadones y prenderle una vela a la imagen de la virgen de Itatí, la patrona del noreste argentino. Como si allí se sintieran a salvo. Y en espacio donde la cosa se pone aún más seria, se trae lo que cada uno quiere. Un día, todos pidieron por Mirco. Un pibe del pueblo que estuvo internado con un cáncer que casi no lo deja contar el cuento. Todos los sábados rezaban por él. Ese día, en que saltaron e hicieron girar la pelota muchas veces y varias niñas se escondían de mi cámara, enfocaron la oración y el rezo por las inundaciones en toda la Argentina, por toda la gente que le tocó sufrir la desgracia de vivir bajo agua, de quedarse sin muebles, sin casa, sin nada. Es que los gurises de Olmos tienen sensibilidad social, me confirma Silvana. Y Arco Iris nació como idea de una de las tantas hermanas que pasó por Olmos de ayudar a los adolescentes a organizarlos en medio de tanta agua, tras las inundaciones de la corriente del niño que el pueblo sufrió en 1998. Una inundación muy grande. Después de las lluvias, un arco iris anuncia el sol, como símbolo de esperanza de un buen y mejor tiempo, me dice la hermana para que entienda de dónde viene el nombre.

Silvana hace dos años que participa de este espacio. Para ella tiene mucho sentido porque es un espacio de vida para ellos [los adolescentes], me dice ya sentada en la computadora, sintiendo el calor del mediodía y tomando aire para la próxima tarea y tomando una mate de los míos, bien uruguayo. 
– Los veo jugar, reflexionar y hacer determinado proceso. Veo que vienen contentos, y que sábado a sábado no fallan. Además cuando se hace la hora no se quieren ir, suelta con una sutil sonrisa. Es que a Silvana le fascina, la alegra ser parte de “este pedacito de la historia de cada uno de los chicos del pueblo”. Desde el aporte que pueda hacer brindándoles herramientas para que sepan desempeñarse en la vida. Porque por ahí la vida es dura, ¿no? –se cuestiona– y vos sabes que algún día ellos van a volver a estos recuerdos en el que jugaron y la pasaron bien.

Pero hoy no todos los adolescentes se prenden como hace años. Es que aunque sigue siendo un pueblo perdido, Olmos no se ha salvado de los grandes cambios y las revoluciones tecnológicas: De la comunicación a través de las redes sociales, el ver películas en una computadora a cualquier hora, de los juegos en una pantalla… Por eso ahora, la convocatoria de los jóvenes es compleja y más complicada. Ahora hay otras propuestas que seducen a los pibes, se lamenta Silvana. Tiene que ver con esto de la educación popular, sigue, de cómo nos comprometemos con la vida de ellos. Es el compromiso de la vida, repite. La vida. Y yo me quedo colgada en esa vida, la de Olmos. 




Fotos: Fortín Olmos. Santa Fe, Argentina. Abril, 2016.

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