Historias simples: Fortín Olmos
Primero eran tres. Después, cinco, ocho, diez. Ya no dieron los dedos de las dos manos para contarlos. Ese sábado llegaron a ser 15. Un grupo de pre-adolescentes que se juntan a jugar, a intercambiar ideas, a compartir, a reírse juntos y, a veces, hasta expresar lo que en otros espacios no pueden o no se animan. Para ellos no es lo mismo vomitar un sentimiento a alguien de su misma edad que a un adulto. Ese espacio es uno de los muy pocos que los gurises tienen en Olmos, fuera de sus casas, de sus familias, del liceo. De lo cotidiano. Lo llaman Arco Iris (esa mañana la luz del sol era imprecisa, entre una tormenta que nos abandonaba y el astro que peleaba por salir de entre las nubes; qué curioso, pensé). Silvana, la referente, es una monja joven, piola. Los entiende, los aconseja, juega con ellos. Ríe con ellos. Se entiende bien con ellos. Se nota. Es quien lleva la batuta: propone, pone orden con apenas unas palmas, límites cuando es necesario y plantea desafíos para entusiasmarlos, para que se cuelguen.
Uno
con la pelota en la mano debe decir su nombre y su hobby (leer, mirar
televisión, bailar, tocar la guitarra…); le pasa la pelota a un alguien que debe
expresar su nombre y su afición, previo a repetir el nombre y la afición del
anterior. Ese alguien pasará nuevamente la pelota a un tercero que, también,
debe repetir el nombre y el hobby, ya no sólo del anterior compañero, sino además
del primero. Y así se va complicando la vuelta cada vez que se suman nombres y
gustos (todo lo que hacen los chicos en estos tiempos). Hay que tener memoria. Buena
memoria. La pelota va y viene sin que toque el pasto. No puede caerse. Al que
se le cae debe cumplir una prenda. Al que no recuerde un nombre o un hobby otra
prenda, más difícil. Entre las risas y el juego en el que todos participan, se
van conociendo, se sacan la timidez y por sobre todo, van integrando y
asimilando el “nosotros”. Y se trabaja el retomar eso de que los gurises a esa
edad (11, 12 y 13 años) no saben si son chicos o grandes, me dice Silvana después
atajar varias pelotas y perder una que le lleva a pagar una prenda. Ella
también paga las prendas. En ese círculo nadie tiene coronita. Nadie.
Después
del juego la cosa se pone seria. Comienza un espacio en el que se enfocan temas
de actualidad, de reflexión que casi siempre, me explica la monja de acento
santafecino, la hacemos desde Jesús, con temas de la vida real de cada uno. El
que quiere expresa y los demás escuchan. Un perfecto ida vuelta, desde las
vivencias personales a la experiencia de compartir entre varios para que se
animen a hablar en grupo, e incluso, que aprendan y sean cada vez más críticos
de la realidad. Algunos son espontáneos, quieren hablar ya, no respetan turno,
se expresan y terminan hablando juntos, a la vez. Por eso aprender reglas
también es parte del proceso. A otros hay que darles cuerda o tirarles
preguntas para que se animen a mover la lengua. A veces se logra, a veces no
hay que darle a la vergüenza propia de esa edad.
El
tercer y último momento de Arco Iris es la oración en la capilla de la casa de
las hermanas del Sagrado Corazón. Los gurises siempre piden hacer la oración allí.
Es que les gusta sentarse en el piso entre almohadones y prenderle una vela a
la imagen de la virgen de Itatí, la patrona del noreste argentino. Como si allí
se sintieran a salvo. Y en espacio donde la cosa se pone aún más seria, se trae
lo que cada uno quiere. Un día, todos pidieron por Mirco. Un pibe del pueblo
que estuvo internado con un cáncer que casi no lo deja contar el cuento. Todos
los sábados rezaban por él. Ese día, en que saltaron e hicieron girar la pelota
muchas veces y varias niñas se escondían de mi cámara, enfocaron la oración y
el rezo por las inundaciones en toda la Argentina, por toda la gente que le
tocó sufrir la desgracia de vivir bajo agua, de quedarse sin muebles, sin casa,
sin nada. Es que los gurises de Olmos tienen sensibilidad social, me confirma
Silvana. Y Arco Iris nació como idea de una de las tantas hermanas que pasó por
Olmos de ayudar a los adolescentes a organizarlos en medio de tanta agua, tras las
inundaciones de la corriente del niño que el pueblo sufrió en 1998. Una
inundación muy grande. Después de las lluvias, un arco iris anuncia el sol,
como símbolo de esperanza de un buen y mejor tiempo, me dice la hermana para
que entienda de dónde viene el nombre.
Silvana
hace dos años que participa de este espacio. Para ella tiene mucho sentido
porque es un espacio de vida para ellos [los adolescentes], me dice ya sentada
en la computadora, sintiendo el calor del mediodía y tomando aire para la
próxima tarea y tomando una mate de los míos, bien uruguayo.
– Los
veo jugar, reflexionar y hacer determinado proceso. Veo que vienen contentos, y
que sábado a sábado no fallan. Además cuando se hace la hora no se quieren ir, suelta
con una sutil sonrisa. Es que a Silvana le fascina, la alegra ser parte de “este
pedacito de la historia de cada uno de los chicos del pueblo”. Desde el aporte
que pueda hacer brindándoles herramientas para que sepan desempeñarse en la
vida. Porque por ahí la vida es dura, ¿no? –se cuestiona– y vos sabes que algún
día ellos van a volver a estos recuerdos en el que jugaron y la pasaron bien.
Pero
hoy no todos los adolescentes se prenden como hace años. Es que aunque sigue
siendo un pueblo perdido, Olmos no se ha salvado de los grandes cambios y las revoluciones
tecnológicas: De la comunicación a través de las redes sociales, el ver
películas en una computadora a cualquier hora, de los juegos en una pantalla… Por
eso ahora, la convocatoria de los jóvenes es compleja y más complicada. Ahora
hay otras propuestas que seducen a los pibes, se lamenta Silvana. Tiene que ver
con esto de la educación popular, sigue, de cómo nos comprometemos con la vida
de ellos. Es el compromiso de la vida, repite. La vida. Y yo me quedo colgada en
esa vida, la de Olmos.
Fotos: Fortín Olmos. Santa Fe, Argentina. Abril, 2016.
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