viernes, 1 de julio de 2016

La cueva del jazz

Hot Club. Kalima Boliche, Montevideo. Junio, 2016.

Los tipos son puntuales. A las 22.00 los acordes suenan aunque los espectadores sean sólo dos, tres. Elijo el tercer escalón de la escalera angosta que en pocos segundos se llena de cuerpos, uno detrás del otro. Las mesas, las pocas mesas, se reservan. Hay que tener suerte para agarrar alguna. Alcanzan 20 personas para llenar el sótano. Allí todo vibra los viernes a la noche. El calor humano también. Las risas, los aplausos, las melodías casi improvisadas de las tres o cuatro bandas que te hacen volar la cabeza. Ellos dialogan entre sí. Los instrumentos. Se entienden, aun sin previo ensayo. Los músicos se dejan llevar, a veces por las partituras, otras por la improvisación.

En la baranda, a la izquierda del escalón, apoyo la rubia helada que me acompaña casi toda la noche, una par de horas. Los tengo enfrente, si es que algún flaco no se para delante y me tapa el pequeño escenario. Pero no importa. En ese sótano, es mejor cerrar los ojos y dejarse llevar por esos ritmos y melodías que hacen a uno viajar por distintos mundos. 

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