Ciudad Vieja, Montevideo.
Junio, 2016.
Un día ya no vimos un árbol. Al
día siguiente el otro. Los dos de la plaza, la de enfrente, que le daban un
poco de vida a la cuadra. El calor era un poco sofocante: pleno enero.
Empezamos a caminar evitando bolsas de portland, palas y picos que empezaban a
levantar baldosas, y después veredas.
Recién ahora, a mediados de julio, la plaza está tomado un poco de color,
aunque la diferencia con la de antes no es muy significativa. Ahora tiene
bancos, pero aún no se pueden usar. Se están
acostumbrando a estar ahí, a encolarse contra el piso nuevo. Los árboles
también volvieron, pero la cuadra todavía no tiene el matiz al que nos
acostumbramos, en parte por los fríos de este invierno que se le dio por venir rebelde.
Hace un par de semanas, quizás ya un mes, los vecinos recibimos un comunicado
de la intendencia de Montevideo: Por 120 días, poco más, poco menos –los
vecinos preferimos pensar que es más, porque sabemos que todo trabajo del ente
público demora mucho más de la cuenta– Cerrito está intransitable porque a las
autoridades se les dio por levantar veredas para dejar más lindo el barrio –y por
más de cuatro meses nos cambiaron el recorrido de los ómnibus (el vecino que
sobrevive con su kiosko de la última parada de Cerrito está que revienta)–,
pero unas veredas que la mayoría de los vecinos, sino todos, sabemos que
durarán menos de lo que han demorado en dejar más bonito todo para los ojos del
turista. En esta zona, todo se piensa para los ojos de los miles de gringos,
brasileros, porteños y yanquis que aterrizan de los cientos de cruceros que
atraviesan nuestra bahía. Como la plaza en la que se gastaron millones de
dólares en un proyecto que no necesitaba,
opinamos muchos, tanta inversión ni tanto cambio. Y los que trabajan se toman
su tiempo.
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