viernes, 22 de julio de 2016

Entre “los pelos locos” y el equilibrio

Fabiana esperaba el bondi. Un día de frío y lluvia. Demoraba. Las condiciones climáticas, los chasquidos que uno hace con los dientes cuando siente el cuerpo helado y está cansado de las recientes ocho horas laborales y solo desea llegar a su hogar y el bondi que no viene, hicieron que Fabiana y la mujer que también esperaba alguna línea en la misma parada, iniciaran una charla. Palabras más, palabras menos, al saber la doña que Fabiana salía de su empleo, quiso saber dónde era, qué hacía.
– Trabajo en la Universidad de la República– le contó Fabiana.
– Ah, sos limpiadora– exclamó la doña convencidísima de que la mujer afrodescendiente, menor que ella sólo podía dedicarse a eso.
Fabiana le explicó que no, que era jefa de una de las secciones de la institución educativa, y no le quedaron más ganas de hablar. Para su suerte, la línea que ella esperaba llegó. Se olvidó del frío y después de eso, se mordía los labios con los dientes. De bronca. Impotencia. Indignación.

Esa fue la anécdota que Fabiana contó, el miércoles, para responder a la pregunta de cuántas mujeres afrodesendientes participan de múltiples espacios culturales: danza, música, entre otros, y el de las artesanas afro. En el marco del Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora, ese día se organizó en el Centro Cultural de España (Cce), dos actividades. La primera: una mesa de charlas, debates, varias anécdotas e ideas que dejaron a muchos presentes reflexionando sobre el racismo y la discriminación hacia los negros, especialmente, hacia la mujer. Hoy, lo políticamente correcto es nombrarlos como “afrodescendientes”, pero soy de las que piensan que llamar a una mujer o a un hombre como “mujer negra” u “hombre negro” no es para nada despectivo, y con orgullo, muchas de las mujeres que hablaron se identificaban así.

Esas que cuando eran pequeñitas recibían burlas por su pelo tan motudo, tan negro, tan voluminoso y por tener la piel de color. Esas que cuando eran pequeñitas, pensaban que sólo a ellas les sucedían esas cosas, pero luego, de adultas, en medio de la militancia y en el proceso de lucha por sus derechos y de afirmar su propia identidad (en el que ahora se sienten más acompañadas porque no son dos, tres ni cuatro), descubrieron que no, que hay cientos de esas realidades, muchas invisibilizadas.

¿Cuántas mujeres negras pasaron por la misma situación?, preguntó Fabiana en la cafetería del Cce que estaba casi llena. Ahí es que vi varias ojos que se cerraban y cabezas moviéndose, afirmando que su anécdota era harta de conocida. Hay muchas historias escondidas. Miles. Lo cierto es que luego de vivir situaciones degradantes como la de la espera del bondi, a muchas mujeres negras con “los pelos locos”, dijera Fabiana, les cuesta integrarse en la sociedad. “Nos da cierto recelo y a veces hasta pánico”, porque esas situaciones “lastiman”. Por eso aseguró que para muchas mujeres afro es un proceso lento que, además,  hace pensar qué tanto se sienten las mujeres afro, cómo se identifican, cómo se asumen frente a la sociedad. Fabiana piensa que algunas mujeres afro no se identifican como tal.

La discriminación y el racismo no es un tema nuevo. Para nada. Ni siquiera los negros, lamentó la mae Susana Andrade, fueron reconocidos en la primera Constitución que tuvo el país. La de 1830. Y “en el debate de la laicidad del Estado, nos dejaron afuera”, afirmó. Ejercer la religiosidad genera identidad, opinó, aunque no todos los negros tienen por qué practicar la religión afro, pero sí todos tienen derecho a conocerla, saber que existe y sentirse reflejados en la espiritualidad, manifestó en referencia a que en Uruguay hubo que enseñarle a muchos negros que la religión afro existe y es un “reservorio cultural” al igual que las expresiones artísticas. La cultura “es un accionar desde el amor”, sentenció Leticia Rodríguez, pero “nos hace falta hablar mucho sobre identidad, cultura y tradición”.

El encuentro finalizó con la segunda actividad –el cierre de broche–: Un Desfile de Moda que surgió como iniciativa del grupo de las Artesanas Afrouruguayas. El objetivo: Crear identidad a través de la belleza: la vestimenta, el peinado, los accesorios que adornan las distintas partes del cuerpo, y que reflejan, de alguna manera la lucha a través de los estereotipos en lo cotidiano, a la hora, por ejemplo, de hacerse un laceado para esconder las motas. Y en realidad, las trenzas tienen un significado, me explicó Laura Aguilar, peluquera estilista, formadora de Trenzarte y única estilista afro en Uruguay e integrante de la Red Estilistas Afro. El trenzado, dice, es el cuerpo, la mente y el alma que entrelazados entre ellos están en busca de un equilibrio. A Laura le llevó 6 años especializarse como estilista, pero siempre está aprendiendo nuevas técnicas, asegura. Para ello tuvo que viajar a Estados Unidos porque en Uruguay esas especializaciones no existen. Así como era impensable a principios del 213 la idea de desarrollar un desfile de moda. En julio de ese año, muchas de las mujeres afro vieron que era posible. Y en eso andan. 




Fotos: Centro Cultural de España, Ciudad Vieja. Montevideo. Julio, 2016.

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